Siendo las casi
dos de la tarde fuimos llegando en bandada. Cuatro carros con sillas, mesas,
sonido y una gran expectativa de lo que sería el evento de inicio de la
Cartografía Social Juvenil. Estábamos allí en
el coliseo del barrio Comuneros, barrio perteneciente a la comuna siete
de Villavicencio, acomodando todo mientras que al son de la música una vez
instalada, uno a uno fueron llegando niños y niñas a ver que sucedía.
La gente, los
vecinos del sector se asomaron a las ventanas, algunos arriesgados preguntaron
y otros ya citados antes, empezaron a arrimar, como cuando las hormigas se
empiezan a llegar cuando hay un grano de azúcar en el suelo.
Al pasar una
hora, con mucha expectativa y tratando de mantener el orden, Anderson se
apropio del micrófono y como un maestro de ceremonia coordino y organizo la
vaina, pues niños corriendo, gritando, gente con caras de interrogación y
algunos nerviosos se miraban por las graderías de este coliseo.
Uno a uno se
fueron acercando, los sabios, personas adultas y mayores para que nos contaran
como era su comuna, su barrio cuando aún no existíamos, sin embargo entre ellos
solo se escuchaba “Como será esta vaina, a que vine” mientras se desplazaban
muy tímidamente y lentamente a la mesa de trabajo.
Luego al nombrar
el grupo de presente, que era trabajado por los jóvenes, nadie llego, temerosos
estos jóvenes se quedaron en las graderías, solo se miraban unos a otros y
susurraban entre ellos, esperando quien era el valiente en dar el primer paso y
acercarse a la mitad de la cancha donde estaba el mapa.
Al nombrar al
grupo tres, el futuro, representado por nuestra niñez, se abalanzo una horda de
niños alrededor del mapa, que inquietos, ansiosos y sin temor tomaron asiento
en el suelo haciendo toda clase de preguntas.
Expectativos,
uno a uno y con un poco de temor, se enumeraron de uno hasta seis para formar
los grupos por cada uno de los derechos a trabajar. Mientras se realizaba esto,
los integrantes de la mesa del pasado, casi silenciosos, en comparación al
ruido que se generaba en el lugar, trabajan aportando sus conocimientos.
La actividad
transcurrió en relativa calma mientras que era acompañada por el sonido de los
tambores y trompeta de la barra Los del Sur Villao y las melodías de las
decenas de voces entre niños, niñas, jóvenes y adultos que se encontraban aquí.
Observando al
grupo del futuro, me doy cuenta que efectivamente la población infantil tiene
que ser la que más atención le preste el estado, pues además de ser el futuro,
también por su inocencia y muchas otras características, deben estar
garantizados todos sus derechos, pero que desafortunadamente hoy en día en
muchos sectores y barrios de nuestra ciudad, no lo están, pues así como en esta
actividad, tiene el mayor número de facilitadores en comparación de los otros dos
grupos, en la realidad debería ser igual.
Al cabo de un
rato y gracias a los rallos del sol, que cada vez cubría el coliseo, nos
desplazamos a uno de sus lados para dar inicio a la socialización dentro del
grupo. De esta forma, un joven de cada grupo de los derechos tomo la vocería,
algunos tímidos, otros forzados por sus compañeros y uno que otro valiente,
empezaron a darnos su punto de vista del barrio y comuna, describiendo los
lugares de riesgo, protección y tolerancia.
La actividad
finalizo a las seis de la tarde, recogiendo el desorden, rifando tres balones y
compartiendo el refrigerio, la gente se fue retirando del polideportivo.
Nosotros, agotados pero felices por la labor cumplida, tenemos la convicción de
que gracias a la voz de estos jóvenes, algunos escolarizados, otros no, muchos
con problemas familiares; esta actividad que hoy iniciamos y que la
finalizaremos el próximo viernes, creemos, nos servirá para generar un trabajo
basado en la realidad juvenil, en la vivencia diaria de estas comunidades, lo cual
nos permitirá comprender mejor el territorio en el que vivimos y a ellos poder
mirarse y tener un auto retrato de que es lo que tienen en su barrio y como
poder ayudar a generar el cambio que cada uno y cada una queremos.
Por: Andrés Liz Motta