jueves, 1 de agosto de 2013

POR OCHO MIL PESOS


El día de hoy mientras salía de clases del instituto donde estoy trabajando, un instituto técnico con modalidad de educación media por ciclos, para los que no conocen, son aquellos “Institutos Educativos” que con permiso de las secretarias de educación, en este caso de Villavicencio abren sus puertas para permitir que los jóvenes que necesitan trabajar  y estudiar al mismo tiempo lo hagan.

Me acuerdo que mientras me encontraba en la puerta del instituto, reflexionando sobre el cómo hacer mejor mi trabajo con estos chicos, observaba como estos jóvenes salían despavoridos, unos a montarse en sus motos y otros corrían en dirección a la panadería que queda en la esquina, algunos subían a la avenida a coger la colectiva y unos pocos sencillamente se sentaban al frente como esperando a quien no iba a  llegar, lo hiciera.

Estos chicos y chicas que asisten allí, tienen edades entre los 15 y 22 años, son  jóvenes los cuales el sistema educativo no pudo con ellos, pues no encajaron en las aulas de clases, algunos pocos trabajan para darse una última oportunidad, y otros que si bien es la gran mayoría, sus padres aun los apadrinan y les costean sus gastos.

Mientras me encontraba allí, observando ese panorama, se me acerco el profesor de Español, un pelao de unos 28 años, mas alto que yo y más gordo, de inmediato sentí la presencia de él, le pregunte ¿profe, que tal le fue con los chicos? La respuesta de este fue, “yo les dije a los de decimo que nosotros necesitamos quien construya casas, nos venda tintos y gente que pase con carros de madera por las casas ofreciendo mercado campesino o como muchos los llaman lichigueros”.

Esta respuesta me puso a pensar y medite un poco sobre la situación, me acorde de las situaciones incomodas que he vivido estas últimas semanas trabajando allí y compare lo que vivía en este lugar con relación al monto que me ganaba ejerciendo mi profesión. Pensé en ello y le dije, “pero nosotros ganamos ocho mil pesos por hora y todo lo que nos aguantamos”, la respuesta del profe y de la secretaria que estaba al pie fue rotunda “profe pero es que ustedes trabajan media jornada, tienen la otra media para conseguir otra entrada”, con estas palabras en mi cabeza, fui subiendo hacían la avenida a coger la colectiva.

Mientras subía,  varias imágenes se me vinieron a la cabeza, y pensaba, por ocho mil pesos por hora, se tiene uno que aguantar que estos chicos y chicas lo insulten, le falten al respeto, lo culpen a uno por sus desgracias y lo vean como su enemigo, pareciendo que lo que buscamos según ellos, es dañarles su vida e impedirles ser ellos mismos, algunos dirán, eso es falta de manejo de grupo, falta de pedagogía, sin embargo más que falta de lo anterior, considero que es falta de familia.

Aunque no hay que desmeritar, que hay algunos como Carlos, un joven de grado 10° o de ciclo 5, que se ha dedicado a aprovechar la última oportunidad que sus padres muy posiblemente le estén dando para ser alguien, esperando que al graduarse de once, esto le sirva para labrarse un mejor futuro, o Claudia, que le toca trabajar de noche, en el día ocuparse de su hija y uno de sus hermanos y la cual está repitiendo la historia de vida de la mamá, que tuvo cinco hijos estando muy joven y sin embargo comenta Claudia con orgullo, logro graduarse de once cuando tenía 40 años.

Historias como estas, o como algunas otras que de vez en cuando se descubren en esa casa de dos pisos, donde los grupos más numerosos son de 15 personas y la cual en manos de un rector, una secretaria y un número muy pequeños de docentes hacen lo posible para poder librar de la mediocridad a este puñado de jóvenes, que sumidos en la tecnología y el consumismo, no ven más allá del espejo, que todos los días les dice quiénes son y les deja ver, lo que ellos quieren ver de ellos, lo motivan a uno a pensarse la difícil tarea que hay que hacer para reeducarlos.

Por: Andrés Liz Motta

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Andres, ademas de falta de familia, falta de Estado. :)